En nuestra comunidad, la ceremonia de bodhisattva va más allá de ser un mero ritual o un compromiso con una tradición. Es una manera de manifestar una profunda intención interna: vivir guiados por la compasión y la sabiduría. Recibir los preceptos no es una transformación externa, sino un retorno a lo que ya somos en nuestra naturaleza más profunda. Es como sembrar una semilla en un suelo fértil, que no crece para convertirse en algo distinto, sino para desplegar lo que ha estado latente desde siempre.
Cuando una persona decide dar este paso, no lo hace por obligación ni por el deseo de pertenecer a una sangha o seguir una costumbre. Lo hace porque algo dentro de sí ha madurado, porque ha conectado consigo misma y siendo coherente con ello, vive con mayor integridad y una apertura más profunda hacia los demás seres. Recibir los preceptos no nos convierte en “mejores” personas, sino que nos permite caminar con mayor atención. Nos recuerda que cada gesto, cada pensamiento, cada palabra tiene el poder de sanar o de herir. Por eso, el camino del bodhisattva es un compromiso con la transformación continua, sin caer en la ilusión de que hay algo que “arreglar” en nosotros. Lo que buscamos es vivir de manera más coherente con la sabiduría y la compasión que ya están presentes en nuestra naturaleza.
En la tradición Soto Zen, no hay reglas estrictas o mandamientos impuestos desde fuera. Seguimos principios que guían nuestro caminar sin juzgar, sin condenar, sin imponer. Los “preceptos del bodhisattva” no prohíben, sino que orientan, no nos colocan en un juicio rígido, sino que nos despiertan. Son principios que nacen de la sabiduría que emerge cuando vivimos en contacto con nuestra verdadera naturaleza, más allá de las construcciones mentales y sociales que nos separan de ella.
Estos preceptos se agrupan en tres grandes votos: abstenerse de causar daño, cultivar acciones beneficiosas y ayudar a todos los seres. Son recordatorios dinámicos que nos permiten vivir con mayor profundidad y conciencia. No matar, no mentir, no aprovecharse de los demás, no envenenar la mente ni el corazón con palabras ofensivas o actitudes codiciosas… Pero más allá de lo que evitamos, los preceptos nos llaman a practicar la generosidad, la escucha profunda, la paciencia, el respeto por la vida, incluida la propia, y la compasión activa. Todo ello se convierte en una práctica cotidiana, un ejercicio de plena atención en la interacción con el mundo y los seres que nos rodean.
Cada uno de estos principios es, a su manera, una forma de zazen en movimiento. La práctica ética en el camino del bodhisattva no se trata solo de lo que evitamos hacer, sino de lo que elegimos ofrecer. Vivir éticamente no significa reprimir nuestras tendencias o deseos, ni luchar contra nuestra naturaleza, sino reconocerla. Como quien cuida con amor una flor en el jardín de su vida, lo hacemos suavemente, con paciencia y respeto por el proceso.
Tomar los preceptos implica también sumergirse en una transmisión viva que se ha mantenido ininterrumpida desde los tiempos del Buda Shakyamuni. Cada nuevo bodhisattva recibe el testigo de esta cadena ancestral, como un río que fluye sin cesar, conectándonos con las generaciones pasadas de practicantes. Y aunque el compromiso es profundamente personal, no es en solitario. Nadie camina solo en el camino del bodhisattva. En la ceremonia de ordenación, somos acogidos por la sangha, acompañados por los budas y bodhisattvas que han recorrido este mismo camino antes que nosotros. Recibimos un nuevo nombre, no para borrar nuestra identidad, sino para recordarnos el corazón que nos guía en nuestra práctica.
En nuestra escuela, la ceremonia posee una poderosa intimidad. El preceptor o preceptora, que a su vez ha recibido estos mismos preceptos, se convierte en el conducto de una transmisión directa. En ese gesto de entrega, se revela la continuidad del Dharma, vivificado a través de cada uno de nosotros. Es una transmisión viva, que nutre nuestras raíces y nos recuerda que estamos inmersos en una red de interdependencia que nos conecta con el todo.
Al final, recibir los preceptos es una manera de decir “sí”. Sí, a vivir con honestidad; sí, a mirar de frente nuestro sufrimiento y el sufrimiento de los demás; sí, a no rendirnos ante las dificultades. No se trata de un contrato que se firma ni de una promesa imposible de cumplir. Se trata de seguir la orientación de nuestro corazón. Los preceptos no son un fin, sino un camino de vida: una guía para nuestro ser cotidiano.
No hay premios por cumplirlos ni castigos por romperlos. Pero existe algo más profundo: la conciencia de que nuestra vida adquiere sentido cuando la ponemos al servicio del despertar. Cuando nuestras acciones, por humildes que sean, expresan una intención noble de vivir en armonía con la naturaleza de todos los seres. Porque los preceptos no nos son impuestos desde fuera. Son la expresión viva de nuestra naturaleza despierta. No necesitamos aprenderlos de manera intelectual, sino recordarlos. Están inscritos en lo más profundo de nuestro ser, y la ceremonia de ordenación es solo una manera de despertar esa sabiduría latente.
Este año, el 29 de agosto, se celebrará una ceremonia de ordenación de nuevos bodhisattvas. Si estás interesado/a en recibir los preceptos y unirte a esta transmisión de sabiduría ancestral, te invitamos a escribir directamente al maestro Daizan Soriano a la dirección de correo electrónico: daizansoriano@caminomedio.org.
