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En el budismo Soto Zen recitamos cada día el Sutra de la Gran Sabiduría, on mushotoku, la práctica sin buscar nada a cambio, es un término central. Però, ¿cómo hacer algo sin esperar nada a cambio? Cuando nos sentamos en zazen, no perseguimos estados especiales ni acumulamos méritos. No se trata de alcanzar un premio espiritual ni de conseguir que nuestra vida encaje en un molde ideal. Practicar mushotoku es entregarse plenamente al momento presente, tal cual es, con una confianza que no depende de expectativas. Como decía Dogen, la práctica misma es ya la iluminación. No hay un después ni un más allá donde deba cumplirse una promesa; lo real acontece aquí y ahora.
Cualquiera que lleve un tiempo practicando sabe que la práctica aporta de manera natural beneficios tangibles. El cuerpo se asienta, la respiración se calma, la mente se aquieta, la vida se ordena. Surgen cambios sutiles que pueden mejorar nuestra relación con el mundo y con las demás personas. ¿Es esto una contradicción? No necesariamente. Podríamos decir que son frutos naturales de una semilla que no fue plantada para producir nada en particular. Como una flor silvestre que brota en un campo: no fue sembrada con un fin, pero su presencia embellece y transforma.
Si rechazáramos toda idea de beneficio, caeríamos en un extremo: el de una espiritualidad rígida que niega la experiencia concreta. I, en canvi, solo practicáramos para obtener resultados, caeríamos en el otro extremo: la instrumentalización de la meditación como técnica de rendimiento o terapia rápida. El camino medio nos muestra que ambas dimensiones pueden convivir. Podemos reconocer los frutos de la práctica sin hacer de ellos nuestro objetivo. Podemos practicar sin intención de obtener y, Al mateix temps, agradecer los beneficios que se manifiestan.
Lo mismo ocurre en la vida cotidiana. Pensemos en alguien que comienza a meditar porque siente malestar. Al principi, la mente corre, los pensamientos se agitan, y parece que nada mejora. Amb el temps, sin proponérselo, nota que duerme mejor y que reacciona con menos tensión en discusiones. Ese beneficio aparece, pero si convierte la práctica únicamente en «mi remedio para el malestar», tarde o temprano se frustrará cuando la mente se agite de nuevo. En canvi, si sigue sentado sin exigir nada, los frutos aparecen por sí mismos, como estaciones que llegan sin ser convocadas. Otro ejemplo es el de alguien que medita para «ser más espiritual». Con esa idea, espera alcanzar experiencias especiales: luces, visions, calma absoluta. Si no aparecen, siente fracaso. Pero cuando deja de buscar esos estados y simplemente se sienta, descubre la frescura de estar vivo aquí y ahora, con todo lo que trae cada respiración. Y esa frescura se convierte en el verdadero beneficio, aunque nunca fue buscado. También ocurre en lo ordinario: una persona que practica zazen cada mañana, no porque espere algo concreto, sino porque así empieza su día. Sin proponérselo, observa que conduce con más paciencia, que escucha mejor a sus hijos, que responde con más calma en el trabajo. No buscaba mejorar esas facetas, pero la práctica permea la vida como el agua que riega una tierra seca.
Al final, mushotoku no es una consigna que debamos repetirnos, sino la forma natural en que la vida se despliega cuando dejamos de intentar atraparla. Practicamos sin meta, como el río fluye sin saber a dónde va, como la flor abre su corola sin preguntarse quién la mira. Y, aun así, el agua riega, la flor perfuma, el viento refresca. Sentarse en zazen es así: nada que alcanzar y, però, todo se transforma. Los beneficios aparecen como reflejos en la superficie del agua, pero la profundidad está en el gesto de sentarse sin esperar nada, confiando en la vida tal como es. Ese es el camino medio: no negar los frutos, no perseguirlos, simplemente vivir en la práctica misma, allí donde nada falta y nada sobra.