Mujeres en el budismo zen

La historia del budismo zen ha sido tejida, en su mayoría, con voces masculinas. Las figuras más citadas en los textos de transmisión son hombres. Pero en los márgenes de esos relatos oficiales, muchas mujeres han sostenido la práctica con la misma determinación, con una claridad sin adornos, con un compromiso que rara vez ha sido reconocido. No es que no existieran; es que sus nombres no se escribieron con tinta sobre papel.

Para comprender esta historia de invisibilización, es necesario remontarse a los orígenes mismos del budismo, donde encontramos que su participación no fue solo temprana, sino también fundamental para el establecimiento de la tradición.

Los cimientos: mujeres en la época del Buda histórico

La presencia de las mujeres en el budismo no es una incorporación tardía o una concesión moderna, sino un elemento constitutivo desde los mismos inicios de la tradición. Cuando Siddhartha Gautama alcanzó la iluminación y comenzó a enseñar el Dharma, las mujeres no tardaron en reconocer en sus palabras un camino hacia la liberación que trascendía las limitaciones impuestas por la sociedad de su época.

Mahapajapati Gotami: la fundadora del monacato

Mahapajapati Gotami, tía materna y madre adoptiva del Buda, fue la primera mujer en solicitar la ordenación directamente de Gautama Buddha, convirtiéndose así en la primera bhikkhuni (monja budista). Su historia marca un momento histórico crucial: encabezó a un grupo de quinientas mujeres en una marcha para solicitar la fundación de la primera comunidad de mujeres, siendo considerada por ello la madre de todas las monjas.

La tradición cuenta que cuando Mahapajapati se acercó inicialmente al Buda con su petición, este se mostró reticente, no por considerar a las mujeres incapaces de alcanzar la iluminación, sino posiblemente por las complicaciones sociales que tal decisión podría acarrear en una sociedad profundamente patriarcal. However, la perseverancia de Mahapajapati, quien se presentó con la cabeza rapada y vestida con túnicas amarillas, junto con la intercesión de Ananda (primo y asistente personal del Buda), logró establecer el precedente que abriría el camino monástico a las mujeres.

Yasodhara: de esposa a arhat

Yasodhara, la esposa del príncipe Sidarta antes de su despertar, representa otra figura fundamental en esta historia fundacional. Lejos de ser meramentela mujer abandonadacomo a veces se la presenta, Yasodhara se unió posteriormente a la orden bhikkhuni de monjas budistas y se dice que alcanzó el estado de arhat, el más alto nivel de realización espiritual en el budismo primitivo.

Su camino hacia la iluminación ofrece una perspectiva única sobre la práctica, Yasodhara desarrolló su comprensión del Dharma a través de la experiencia de la maternidad, la separación y, finally, la renuncia consciente. Su historia sugiere que los caminos hacia la liberación pueden ser diversos y que las experiencias específicamente de las mujeres no constituyen obstáculos, sino senderos válidos hacia el entendimiento profundo.

Las voces del Therigatha

He Therigatha, una colección de 73 poemas atribuidos a las primeras monjas budistas, preserva las voces directas de estas pioneras espirituales. Estos versos, considerados entre los textos más antiguos del mundo escritos por mujeres, ofrecen testimonios íntimos de sus experiencias de despertar.

Entre las figuras que emergen de estos textos está Kisa Gotami, una de las primeras discípulas de Siddharta Gautama y, según algunas tradiciones, la primera mujer budista en alcanzar la iluminación, siendo también una de las primeras en enseñar el Dharma a otros. Su historia, marcada por la pérdida de un hijo y su posterior comprensión de la universalidad del sufrimiento, ilustra cómo las experiencias de dolor personal pueden transformarse en sabiduría compasiva.

Un precedente que se perdió

Lo notable de este período fundacional es que las mujeres no solo fueron incluidas en la comunidad budista, sino que se les reconoció explícitamente la capacidad de alcanzar la realización completa. El Buda estableció que tanto hombres como mujeres podían lograr la liberación total, un reconocimiento impensable para su época que contrastaba marcadamente con otras tradiciones religiosas contemporáneas.

However, este precedente igualitario se fue erosionando con el tiempo. El linaje eclesiástico de las mujeres se perdió hace siglos en la mayor parte de países asiáticos, y las estructuras institucionales que se desarrollaron posteriormente tendieron a marginalizar o excluir completamente su participación en roles de liderazgo espiritual.

Figuras históricas en la tradición Zen

Las primeras maestras chinas

En los anales del zen chino encontramos figuras extraordinarias que desafían los estereotipos de su época. Zongchi (siglo VI), princesa de la dinastía Liang e hija del emperador Wu, abandonó la vida cortesana para convertirse en discípula directa de Bodhidharma, el legendario fundador del zen. Ordenada monja a los 19 years, fue reconocida como uno de los cuatro herederos del Dharma del primer patriarca. Su historia nos recuerda que desde los mismos orígenes del zen, las mujeres encontraron en esta práctica un camino de liberación que trascendía las limitaciones sociales.

Moshan Liaoran (siglo IX) representa otro hito fundamental. Durante la dinastía Tang, se convirtió en la primera mujer china de la que tenemos constancia histórica como abadesa de un monasterio zen. En el monte Moshan dirigió una comunidad próspera y fue reconocida por su sabiduría. Los registros antiguos preservan algunos de sus encuentros con monjes visitantes, donde respondía con la agudeza característica de los maestros zen de su época. En una ocasión famosa, cuando un joven monje llegó a su templo con aire desdeñoso, ella le preguntó: “¿Has venido a ver al dragón o simplemente a jugar con barro en el estanque?”

El zen japonés y sus maestras

Mugai Nyodai (1223-1298), también conocida como Chiyono, marca un punto de inflexión en la historia del zen japonés. Primera mujer japonesa reconocida oficialmente como maestra zen, fundó el templo Keiaiji en Kamakura. Su despertar ocurrió, according to tradition, cuando llevaba agua en un cubo de bambú bajo la luna llena. Al romperse el fondo del recipiente, el reflejo lunar desapareció, y con él, toda sensación de separación entre observador y observado. Este momento de iluminación la llevó a componer el verso: “De esta manera y de aquella traté de mantener el cubo intacto, esperando que la frágil caña de bambú no se rompiera. De repente, el fondo se quebró. ¡No más agua, no más luna en el agua!”

Su linaje no quedó en el olvido. El templo que fundó mantuvo una sucesión ininterrumpida de abadesas durante siglos, convirtiéndose en refugio y centro de práctica para mujeres que buscaban una vida contemplativa fuera de los roles sociales tradicionales.

Desafíos estructurales: las razones del silencio

La invisibilización de las mujeres en el zen no fue accidental, sino resultado de estructuras sociales y religiosas específicas. En China, durante las dinastías Tang y Song, aunque el budismo gozaba de relativo prestigio social, las mujeres enfrentaban restricciones para acceder a la educación formal necesaria para la transmisión escrita del Dharma. Los textos se compilaban en monasterios masculinos, y las enseñanzas orales de las maestras rara vez se registraban.

En Japón, el sistema iemoto (casa matriz) del zen institucional reforzó estas exclusiones. Durante el período Edo (1603-1868), los templos zen se organizaron según jerarquías estrictas que relegaban a las mujeres a templos subsidiarios o las excluían completamente del entrenamiento formal. Muchas practicantes fueron obligadas a mantener su disciplina en la clandestinidad o dentro de estructuras que las confinaban a roles domésticos y de servicio.

However, es importante señalar que esta exclusión no fue total. Templos como Yongtai fueron específicamente diseñados como monasterios para mujeres desde el período Tang, y mantuvieron tradiciones de práctica durante siglos. Estas comunidades desarrollaron sus propias formas de transmisión y enseñanza, adaptadas a las circunstancias particulares de las practicantes.

El panorama contemporáneo: voces que emergen

Pioneras occidentales

El zen occidental ha visto florecer maestras cuyo enfoque ha enriquecido significativamente la tradición. Charlotte Joko Beck (1917-2011) desarrolló un estilo de enseñanza que integraba la práctica formal del zazen con la psicología occidental y la vida cotidiana. Su enfoque se centraba endespertar a la vida diaria, descubrir lo ideal en lo cotidiano”, alejándose de los aspectos más ritualizados del zen tradicional para enfocarse en la transformación práctica de la experiencia ordinaria.

Toni Packer (1927-2013) llevó esta desmitificación aún más lejos, cuestionando incluso la necesidad de estructuras tradicionales como la transmisión formal y los títulos religiosos. Su trabajo en el Springwater Center de Nueva York demostró que la esencia de la práctica zen podía mantenerse intacta sin los ornamentos institucionales que históricamente habían excluido o limitado la participación de las mujeres.

Transformaciones actuales en las sanghas

Hoy presenciamos cambios profundos en las comunidades zen de todo el mundo. En Estados Unidos, Europa y América Latina, muchas sanghas están implementando estructuras más inclusivas que reconocen explícitamente las diferencias de experiencia entre practicantes de distintos géneros, etnias y orientaciones sexuales.

Algunos centros han desarrollado grupos de práctica específicos para mujeres como espacio de sanación y exploración de las dimensiones particulares que la práctica puede tener para quienes han vivido en contextos de discriminación histórica. Otros han revisado sus estructuras de liderazgo para asegurar representación equitativa en consejos directivos y posiciones de enseñanza.

En Japón, incluso dentro del zen institucional más tradicional, comienzan a aparecer cambios. Algunas escuelas han empezado a ordenar mujeres en pie de igualdad con los hombres, y templos históricamente masculinos han abierto sus puertas a practicantes de todos los géneros.

Más allá de las categorías: hacia una práctica integral

Queda aún mucho camino por recorrer en nuestra sociedad, pero nuestro empeño es cultivar una atención lúcida sobre estos aspectos, dejando atrás la división rígida entre mujeres y hombres para abrirnos a la riqueza de experiencias que se manifiestan en la práctica. Cada ser humano que se sienta sobre el zafu y accede a su mundo interno comienza ya a deshacer las narraciones que lo atan a identificaciones inconscientes. Y, however, no podemos olvidar que ese silencio brota sobre una historia, una cultura y una estructura social concretas.

La equidad no es una concesión política añadida al Dharma, sino una manifestación natural del despertar: no se apropia de nada, no excluye a nadie, y reconoce en cada persona un potencial sin límites. En comunidades que viven esta dimensión con honestidad, la inclusión no es un objetivo a alcanzar, sino una expresión ética y espiritual de la interdependencia profunda que el budismo soto zen señala como nuestra verdadera naturaleza.

Practicar con conciencia de género no es cargar la práctica con ideología, sino mirar con claridad. Es reconocer que el pasado sigue moldeando el presente, que las estructuras históricas condicionan las posibilidades actuales, y que una parte esencial del camino consiste en transformar conscientemente todo aquello que impide el florecimiento libre de todos los seres.

Este texto es, en último término, un gesto de reconocimiento hacia todas aquellas maestras invisibles que mantuvieron viva la llama del Dharma en tiempos y lugares donde su voz no podía ser registrada. Es también una llamada a recordar que la historia del zen es mucho más amplia de lo que nos contaron, más rica en matices y perspectivas de lo que los textos tradicionales nos dejaron ver. Muchas de esas maestras caminan hoy a nuestro lado, tal vez sin títulos ni linajes formales, pero con una presencia que nos muestra el Camino en cada gesto cotidiano. Porque el Dharma, cuando es auténtico, siempre acoge todas las voces. Porque el despertar no tiene rostro, no tiene género, no conoce límites.

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