Ofrecer méritos por las personas enfermas y fallecidas

En nuestras ceremonias ofrecemos los méritos de nuestra práctica por las personas que están enfermas, atravesando momentos difíciles o que han fallecido recientemente. En todos los casos, no se trata de una oración en el sentido convencional, ni de una súplica a un ser superior que intervenga desde fuera. Es algo más íntimo y al mismo tiempo más vasto: una expresión de nuestra interdependencia, de nuestra compasión, y de la confianza en que toda práctica sincera tiene un eco más allá de quien la realiza.

Desde los primeros tiempos del budismo, la práctica de dedicar los méritos de la meditación, del estudio del Dharma o de los rituales a otras personas ha estado presente como un acto de generosidad espiritual. El Mahayana, la corriente del budismo a la que pertenece nuestra tradición Soto Zen, enfatiza este gesto como una parte esencial del camino del bodhisattva: practicar no solo por uno mismo, sino por el bienestar de todos los seres.

Dedicar méritos por las personas enfermas es una forma concreta de poner en acción el primer de los Cuatro Votos del Bodhisattva: «Por innumerables que sean los seres, hago el voto de liberarlos a todos». Sabemos que el sufrimiento de una enfermedad, física, mental o emocional, toca no solo a quien la padece, sino también a sus seres cercanos. En ese contexto, el ofrecimiento se convierte en una red silenciosa de cuidado y acompañamiento.

Desde una visión dualista, podría parecer que estamos pidiendo que “algo” bueno le pase a alguien “allí fuera”. Pero en la comprensión profunda de la tradición zen, no hay dentro ni fuera. Cuando recitamos el nombre de una persona enferma durante la ceremonia y ofrecemos los méritos de nuestra práctica, estamos reconociendo que no hay separación real entre ella y nosotros. Su sufrimiento es también nuestro, y nuestro compromiso con el despertar incluye su bienestar. Este acto, therefore, no es un conjuro ni una intervención externa. Es una manifestación natural de la interdependencia, del tejido invisible que nos une a todos los seres.

También dedicamos méritos por quienes han fallecido recientemente. Cuando alguien atraviesa este tránsito, nuestra práctica puede acompañar su viaje. Al recitar su nombre y dedicarle los méritos de zazen, de las ceremonias y de la presencia consciente reunida en comunidad, afirmamos que no está sola. Que, aunque ya no podamos hablarle, abrazarle o cuidarle en el sentido habitual, seguimos compartiendo con ella la energía del despertar. No se trata de una creencia ciega sobre lo que ocurre después de la muerte. Ofrecer méritos en el momento del tránsito es nuestra forma de decir: «Aquí estamos. We accompany you. Que puedas soltar con confianza».

En nuestras ceremonias, cuando el oficiante menciona a quienes están enfermos o fallecidos, los nombres se pronuncian con respeto, con atención plena. Tal vez esa persona esté hospitalizada, atravesando un tratamiento difícil, o quizá simplemente sumida en una tristeza honda. Tal vez haya muerto hace apenas unas horas o unos días. Al nombrarla, la traemos a nuestra conciencia despierta. Le hacemos un sitio en el espacio sagrado de nuestra práctica.

También es importante comprender que el beneficio de este acto no se limita a quien recibe la dedicatoria. Quien ofrece también se transforma. Abrirse al sufrimiento ajeno sin caer en el abatimiento es una de las cualidades más profundas de la compasión. No es lástima ni sentimentalismo, sino ecuanimidad lúcida. Cada vez que recitamos, cada vez que nombramos, estamos despertando esa cualidad en nosotros y nosotras mismas.

Muchas personas que acuden por primera vez a una ceremonia zen se sorprenden cuando escuchan los nombres de otras personas leídos en voz alta. Puede parecer algo misterioso, casi críptico. Pero en realidad es uno de los gestos más humanos y transparentes de nuestra práctica: decir «estás en nuestra mente y en nuestro corazón», «no te olvidamos», «practicamos contigo».

In the Soto Zen Camino Medio Community, abrimos la posibilidad de que quienes participan en la ceremonia escriban en papel los nombres de seres queridos que están enfermos, en duelo o recientemente fallecidos, para que puedan ser incluidos en la dedicatoria. A veces son nombres conocidos, otras veces “una amiga que ha muerto esta semana”. No importa: la intención sincera es suficiente.

Cuando hablamos de personas enfermas, no nos referimos únicamente a dolencias del cuerpo. El zen no separa lo físico de lo mental, lo emocional o lo espiritual. La enfermedad, desde nuestra perspectiva, incluye también el desarraigo, la pérdida de sentido, la desconexión interior. Ofrecer méritos es, también, ofrecer luz allí donde hay confusión. No damos respuestas ni soluciones, pero sostenemos la posibilidad de despertar en medio del dolor.

Y cuando hablamos de personas fallecidas, no lo hacemos desde la nostalgia o la posesividad, sino desde el reconocimiento de que su proceso continúa. Dedicamos nuestra práctica para que su viaje sea luminoso y su conciencia, en la medida de lo posible, pueda transitar con serenidad.

Justo después del ofrecimiento a las personas enfermas y fallecidas también hay un momento de silencio en el que cada persona practicante ofrece interiormente los méritos de la práctica a quien o a lo que le viene al corazón en ese momento. Puede ser alguien cercano que está sufriendo, una situación que necesita luz, una intención que nace desde lo más profundo. No se nombra en voz alta, no se escribe en ningún papel, pero se sostiene con plena presencia. Este silencio compartido, sin forma ni palabras, es quizás uno de los actos más potentes de la ceremonia. Una ofrenda invisible, nacida de zazen y del corazón despierto.

Dedicar los méritos de nuestra práctica es una forma de cuidar. En una sociedad que a menudo medicaliza el sufrimiento y lo relega al ámbito individual, el gesto comunitario de nombrar, de acompañar, de no olvidar, cobra una fuerza sanadora en sí misma. No hay espectáculo, no hay protagonismo. So, cada ceremonia se convierte en un espacio donde la práctica se hace cuerpo y relación. Donde zazen no queda solo en la práctica del cojín, sino que respira a través del cuidado concreto hacia otras personas. Donde el Dharma se ofrece no solo como enseñanza, sino como presencia que abraza.

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